Zanate

A Don Ernesto y Karol… creativos por virtud.

Hay un zanate que vive en mi oreja. Ha dejado la costumbre de picar maíz y cuitear en las aceras de los parques porque ahora, se entretiene escuchando mis historias y el sonido de la música que me gusta. Un lazo eterno nos envuelve y a lo que a mi opinión refiere, la del zanate, pareciera ser una amistad de años. De las amistades que nunca mueren… pero seré sincero, algunas veces desearía desaparecer a este maldito zanate cuando llena de ecos infernales mi cerebro con su maligno sonido… pero otras veces… otras veces es diferente.
Cuando lo miro al espejo sus ojos me recuerdan los de Eva; verdes, perversos, ocultos, indescifrables, traicioneros… como el chino cocinero, gordo y grasiento, nunca se sabe el día en que te clavará por la espalda su cuchillo de hoja ancha.
Con el zanate que vive en mi oreja he logrado hacer viejos y queridos amigos. Aunque todos ellos envidien la virtud que me confiere el destino… la virtud, de tener por amigo a un zanate.
Pero un día… un día y sin querer mientras canturreaba sus alabanzas infernales en mi cerebro, el zanate escuchó mis deseos de matarlo. Su plan de venganza ya estaba listo, excelente plan el de mi amigo, el de mi único y leal amigo.
Una noche mientras dormía anestesiado por el alcohol que había ingerido en el bar, llegué a mi casa, me acosté… al día siguiente el zanate había partido; angustiado lo busqué palpando mi oreja.
Cual fue mi mayor sorpresa que al mirar la almohada la noté ensangrentada. El dolor de cabeza era terrible… maldito zanate se fue… y se llevó en su pico… mi ojo… maldito zanate.
El día que vuelva lo guindo desde un cable primario del poste de electricidad. El día que vuelva… ¿Qué digo? ¿A quién engaño? Nunca más volverá. Es absurdo pensar que el pasado será igual y que traerá consigo mi ojo.
Aún conservo una foto. El zanate y yo lucimos tan felices con nuestra amistad y ahora solo pienso en la virtud que me confirió el destino… la virtud, de haber tenido por amigo a un zanate.